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ABC Cultural

Fallece en París, a los 78 años, Iannis Xenaquis, un gigante de la cultura

Ayer falleció, a la edad de 78 años, en su domicilio de París el compositor francés de origen griego Iannis Xenakis, como consecuencia de una larga enfermedad. Pionero en el campo de la música electroacústica, su formación abarcaba varias disciplinas. Compositor, matemático y arquitecto colaboró con Le Corbusier durante doce años.

Iannis Xenakis, fotografiado en 1991. Ap

Con Iannis Xenakis desaparece uno de los más grandes heterodoxos del último medio siglo. Matemático, arquitecto y músico, es posible que, a la postre, no dejara nunca de ser el guerrillero de su juventud que perdió un ojo en la defensa de su Grecia natal. Xenakis nació el 29 de mayo de 1922 en Braila (Rumanía), de origen griego. Tras una turbulenta juventud sumergida en plena guerra civil griega, en 1947 llega a París como refugiado. En su mochila, Xenakis trae un título de Ingeniero de la Escuela Politécnica de Atenas que le sirve para hacerse ayudante del arquitecto Le Corbusier con el que permanece doce años.

DISCÍPULO DE MILHAUD Y MESSIAEN

A finales de la década de los cuarenta comienza a frecuentar las clases de música de Milhaud y Messiaen; son clases tardías para alguien que no había recibido una formación musical convencional, clases, además, que no sustituyen sino que se superponen a los estudios científicos y técnicos.

La intuición y las ambiciones del joven refugiado llevan pronto a que algunos de los más grandes nombres musicales del momento le apoyen, como Milhaud, Messiaen (que era entonces el maestro de toda la generación de la vanguardia) e incluso el director Hermann Scherchen, el apoyo más importante que tenían los jóvenes músicos en la postguerra.

En 1958, Xenakis participa activamente en uno de los proyectos emblemáticos de Le Corbusier, el Pabellón Philips de la Exposición Universal de Bruselas. Este edificio ultramoderno se convierte en sede de audiciones de música experimental y promueve el encargo a Edgar Varese de una obra, «Poème électronique», la única que el visionario creador francés naturalizado americano realizó con procedimientos exclusivamente electrónicos. Pero poco antes, habían llegado sus primeras obras y su célebre polémica con la Escuela serial. Poco a poco, el griego consiguió imponer sus obras y los años sesenta fueron una etapa de consolidación definitiva de una reputación que parecía aumentar cuando numerosas escuelas de vanguardia ajenas al eje franco alemán empezaron a manifestar tendencias muy cercanas a la suya. En 1955, Xenakis estrenó «Metastasis» en el Festival de Donaueschingen, fue la primera de una serie de obras que debían tanto a la aplicación del formalismo matemático que él fue el primero en emplear como a una especie de hieratismo de resonancias greco-bizantinas. Su música parecía bañada de una especie de fisicidad que golpeaba la percepción, pero que no renunciaba en nada a la intuición e incluso a la emoción. Si el serialismo buscaba metáforas ligadas a la estructura científica a partir de una complejidad musical, la poética de Xenakis parecía proponer montañas y cordilleras a partir de construcciones científicas.

PIONERO DE LOS ORDENADORES

El viejo Stravinsky llegó a afirmar que no le gustaría entrar en ciertas obras «modernas» si fueran edificios, la indirecta iba centralmente contra el músico-arquitecto que ya no paraba de ganar adeptos. En mayo del 68, perdida entre la maraña de consignas, podía leerse ésta por los muros de París: «Beethoven no, Xenakis». Mientras tanto, el otrora refugiado comenzaba a introducirse en el mundo de los ordenadores, donde fue pionero en Europa, aunque fundamentalmente con fines de cálculo. Luego llegarían proyectos casi utópicos, como los, en su momento, comentadísimos «Polytopes», suerte de módulos que buscaban reconciliar la música con la arquitectura.

Con los años, Xenakis dejó de ser una figura polémica, pero su música ganaba en calidad y calidez. El más griego de los compositores franceses perdió numerosas batallas ligadas a proyectos sorprendentes en los que resonaban los ecos de su viejo mentor, Le Corbusier, edificios que eran música o macroconciertos que se sostenían como edificios. Pese a un reconocimiento que nadie negaba, parecía que Xenakis seguía siendo el antiguo guerrillero griego, el francotirador de la cultura, el pionero independiente e incómodo.

En los ochenta se le permitió crear un laboratorio de informática musical, UPIC, que le compensaba de una nueva marginación de su antiguo rival Pierre Boulez puesto al frente del IRCAM. Con los años, su figura era ya la de un grande, un superviviente de las batallas de la vanguardia y un imaginador de mundos alternativos.

Su muerte, puntual como si él mismo la hubiera diseñado matemáticamente, cierra un capítulo esencial del siglo XX, y será llorada por la letra X de los diccionarios de compositores (ocupada por él casi en exclusiva), tanto como ha sido lamentada por el Presidente de la República Francesa. El viejo guerrillero descansa en paz.

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